Los libros, los buenos libros, nos ponen en juego, pero no son un juguete. ¿Esta es una afirmación que puedo mantener siempre? Pues seguramente no. También creo que los libros hay que jugarlos, morderlos, chuparlos y hasta dejar que se rompan un poquito como consecuencia inevitable de su uso por esas manos pequeñas y no del todo precisas al pasar páginas.
¿Eso quiere decir que se pueden presentar los libros igual que se presentan los materiales de juego? Pues me parece que no, que los libros forman más parte de la transmisión cultural, la socialización y las relaciones de cuidado que del juego entendido como actividad autónoma.
Lo que sucede es que a veces, en el hogar y en la escuela, ofrecemos libros a bebés, niños y niñas, esperando que les den un uso concreto: que se los miren sentados, sin romper ni morder, y que además se estén «tranquilos» mientras los miran. No pocas veces se usan como forma de contención, pero querer contener a estas edades, sin el cuerpo y el acompañamiento adulto, es una pretensión que no acaba de hacer encajar las posibilidades e intereses del infante con las expectativas adultas.
Es más, ¿deseamos usar los libros para que estén tranquilos «casi» sin otra opción? Precisamente, poniendo en valor la literatura, las historias o los libros-objeto, ¿deben usarse los libros para que se estén quietos en momentos de transición o para que no desordenen? ¿Es el mejor recurso cuando el adulto se siente desbordado? Pues podría ser, si estás en la cola de correos, en el tren o en otro lugar del estilo, que bien nos viene un libro o saber contar historias. ¿Pero cómo recurso común para que se estén «tranquilos»? Me genera muchas dudas.

En este tema tengo más preguntas que respuestas.
Lo poco que tengo claro es que los libros, aunque hablemos de libros-objeto, no pueden sustituir un objeto de juego libre (autónomo o autoinducido). Los libros han sido mediados por el adulto casi desde el nacimiento, se les dice cómo se usa, para qué sirve, qué trato merece y les leemos libros en el regazo. ¿Quiero decir que eso no deba hacerse? Para nada, lo que quiero decir es que precisamente, por esa mediación del adulto, el libro pierde su categoría de material de juego autónomo.
Pensando además en estas primeras edades, sabemos que bebés niños y niñas necesitan objetos de juego que puedan manipular libremente y de forma autónoma con las menos restricciones posibles en su uso y en sus combinatorias, por lo que los libros, por su uso y simbolismo, no cumplen las condiciones de objeto de juego libre.
A lo que me refiero es que no podemos retirar los objetos de juego y sustituirlos por un libro o por un grupo de libros esperando que los infantes les den un uso «adecuado para los ojos adultos», porque no son objetos de juego.
Los libros son otra cosa, nos ponen en juego, pero no son juguetes ni pueden sustituirlos.
Cuando pensamos en darle valor al libro y a la literatura, habría que pensar muy bien que uso cotidiano le damos, saliendo de lo que siempre se ha hecho, revisando el lugar que le damos y el mensaje que transmitimos sobre su propio valor y su disfrute.
P.D.: Otra cosa podrías ser los libros-objeto como los Prelibri de Bruno Munari, que fueros concebidos para la exploración sensorial y para que el infante se apropiase de estos objetos que en su diseño reconocemos como libros (en la portada también pone LIBRO), pero que se pensaron para su manipulación.
¿Podemos pensar, entonces, libros para la manipulación que no necesiten de la mediación del adulto? ¿O libros para observar que no necesiten tampoco de esa mediación?
Gracias por leer, me encantará seguir dialogando este tema con vosotras 🙂