Este artículo no va a contener fotos. Creo que a estas alturas todos tenemos grabada en la retina alguna de las imágenes de los niños sirios muertos en la playa. Este escrito trata de cómo vamos a convivir ahora con estas imágenes. El éxodo de Siria pasará a la historia sin ninguna duda. Y el día de mañana ¿qué le contaremos a nuestros hijos?
En mi casa siempre se contó la historia de mi abuela. Su hermano pequeño fue enviado con una familia de acogida a Bélgica durante la Guerra Civil Española. En un autocar con otros tantos niños. Familias que temían más a la guerra que a separarse de sus hijos. Desde mi posición actual soy incapaz de hacerme una idea de lo que eso significó.
Mi abuela y su padre huyeron escondidos en un vagón de tren que transportaba maquinaria de telégrafos. Su parada fue en Francia, en un Campo de Refugiados. Allí estuvieron hasta que entraron los Nazis. Tuvieron mucha suerte. La misma familia que acogió a su hermano pequeño pudo arreglar los permisos (y el dinero) para sacarlos de allí. Esta historia se ha repetido muchas veces en mi casa, está en mi memoria, y creo que se ha contado de forma parecida en otras muchísimas casas.
Y esta mañana, al poco de levantarme, leo esto de la periodista Carme Chaparro, Razones para publicar la foto de un niño muerto:
«¿Saben qué noticia ha dado más audiencia a los informativos este verano? El asesinato de las dos jóvenes de Cuenca. Y durante varios días. Y, sin embargo, ¿saben qué tema ha provocado que los espectadores cambien de canal? La crisis de los refugiados que intentan entrar en Europa. Las curvas de audiencia nos han mostrado una fuga lenta y sostenida de espectadores mientras nos ocupamos de esta noticia.»
No sé qué hubiese sido de mi abuela sin esas personas que decidieron no mirar hacía otro lado. Esto no va de ti ni de mi. No va de si estas fotos nos hacen llorar o nos ofenden. Va de la vergüenza de la que seamos capaces. Si tenemos la suficiente vergüenza para no desviar la mirada, para no racionalizar lo inhumano.
¿Qué les contaremos a nuestros hijos?
La capacidad de acogida no se mide en números ni porcentajes, la hospitalidad no es algo que nos venga bien o mal. En Modernidad y Holocausto Bauman escribe:
«El Otro exige, sin amenazar con castigar ni prometer recompensas; su exigencia no tiene sanción. El Otro no puede hacer nada; y esta su debilidad revela mi fuerza, mi capacidad para actuar, y la revela precisamente como responsabilidad. A diferencia de la acción desencadenada por el miedo al castigo o por la promesa de recompensa, la acción moral no produce éxito ni asegura la supervivencia.»
El Otro exige mi capacidad de acogida, de hospitalidad, de hacerme cargo. El Otro exige mi capacidad de vergüenza. No la vergüenza que me hace girar la cabeza, sino la vergüenza que me obliga a la acción y a la responsabilidad.
Los niños muertos no le gustan a nadie pero pasarán a la historia de esta vieja Europa. Una historia que también es la nuestra y de la que participamos todos y cada uno. Miremos a dónde miremos esa imagen no va a desaparecer. Ni los niños muertos, ni la valla de Melilla, ni ninguno de los horrores con los que convivimos cotidianamente.
El día de mañana ¿qué les vamos a contar a nuestros hijos? Qué clase de vergüenza será la que hable por nosotros, la que no nos dejará mirar a nuestros hijos de frente o la que nos interpeló a la acción.